Facultad de Derecho

25 de julio de 2017

Las redes sociales y la instigación al odio y la violencia

Con Internet, la libertad de expresión encontró un aliado sin precedentes. El anonimato, los foros de discusión y las comunicaciones electrónicas nos hacían pensar en un florecimiento sin precedentes de escenarios libertarios. Este fenómeno se extendía de manera planetaria, las fronteras nacionales desaparecían con el telón de fondo de la red digital abierta por doquier a opiniones, expresiones y contenidos digitales.

Con Internet, la libertad de expresión encontró un aliado sin precedentes. El anonimato, los foros de discusión y las comunicaciones electrónicas nos hacían pensar en un florecimiento sin precedentes de escenarios libertarios. Este fenómeno se extendía de manera planetaria, las fronteras nacionales desaparecían con el telón de fondo de la red digital abierta por doquier a opiniones, expresiones y contenidos digitales.

La aparición y consolidación de las redes sociales entusiasma aún más. La voz de los que no tenían voz. Miles de millones de personas conectados en plataformas puestas a su disposición para presentar en tiempo real, sin mayor filtro, cualquier opinión y expresar públicamente lo que antes permanecía en la intimidad o en un ámbito familiar o de algunos amigos. Más allá de los protagonistas tradicionales, la gente del común puede publicar una opinión, manifestar descontento, denunciar, criticar, expresar indignación, ir contra la corriente, expresar su individualidad. Ni los sátrapas ni los corruptos pueden controlar este emergente Internet social. La realidad y la sensación de la masa, a veces aplastante. La tendencia o el hashtag reemplaza colectivamente a las viejas editoriales de los periódicos que encausaban la conversación, la definición de políticas y la discusión colectiva.

La opinión racional y sopesada existe en las redes pero quizás hoy sea más bien la excepción. La herramienta tiende a lo instantáneo y no a lo reflexivo. Las redes sociales impulsan al cerebro a actuar y no a pensar. Muchos instintos afloran, los temperamentos viscerales encuentran el escenario para su virulencia. El odio, el racismo, la amenaza, el acoso, el insulto, la injuria, entre otras han hecho su aparición “virtual”. En el mundo real es así también. No puede afirmarse ni mucho menos que las redes sociales son un medio en el que se incuban las patologías sociales contemporáneas más bien es el desahogo a estas. Lo que si es cierto es que el daño a la imagen, reputación, honra o buen nombre puede ser más extendido, instantáneo, bien difícil de reparar. Reputación personal o corporativa en ruinas por actos individuales o concertados, reproducidos sin cesar en segundos.

El espacio (virtual) creado por el Internet social es objeto de abuso por algunos de los usuarios. Envalentonados por el anonimato, por el número de seguidores, por la relevancia del usuario generador del contenido o por el tropel se pueden identificar actos y conductas que no deberían ser toleradas en un un estado democrático de derecho.

 

Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Prohibidas_redes_sociales.png

La mayor dificultad, desde el punto de vista jurídico, es precisamente establecer los límites de la libertad de expresión y la libertad de opinión frente a los nuevos escenarios de discusión. Más aún, se ha entendido que la libertad de expresión no debe estar sometida a límites en manos de empresas de comunicaciones ni tampoco en los prestadores de servicios del Internet social. 

Ni imaginar un control a priori de las redes sociales ni tampoco medidas encaminadas en otorgarles superpoderes a actores privados de internet para remover o controlar los contenidos generados por los usuarios. Tampoco excepciones y límites grises y laxos que permitan la censura abierta o soterrada. Probablemente más bien sanciones muchos más drásticas en casos de injuria y calumnia cometidos mediante las redes por los efectos extendidos de “caracola”.

En todo caso hay que entender que es la primera vez que la humanidad está frente a una tribuna abierta de par en par para que las opiniones tengan un efecto multiplicador con consecuencias en algunos casos globales e irreparables. Autorregulación, abstinencia en los instintos de la vulgaridad o de los bocones, parece utópico. Las redes sociales son una expresión del contrapoder pero también pueden ser herramientas para el abuso de los poderes. Sin la fuerza de la radio el nazismo probablemente no hubiera tenido tantos efectos devastadores, con las redes sociales podemos estar ad-portas de fenómenos parecidos?

La fuerza de las redes está en su propia legitimidad como espacio constructivo de derechos. Si permitimos que las redes se conviertan, como algunos las han calificado, en “cloacas” sin fondo ni limite al final todos perderemos. La precisión del lenguaje también resurge cuando su decadencia había sido predicada por los profetas de la deshumanización. 140 caracteres exigen más disciplina y rigor que la retórica de la incontinencia en cientos de páginas.

FUENTE: /wp-content/uploads/sites/2/2017/02/Captura.png

El papel del derecho no está en ser el guardián de la “higiene” de la red ni tampoco como garante del “buen gusto”. El rol de lo jurídico me parece más trascendente: permitir que la información, la expresión y las opiniones fluyan y se expandan. Lo anterior con algunos límites que sean de tal suficiencia para ameritar la reducción  del alcance de las libertades fundamentales en las redes sociales. 

Los riesgos de cualquier límite a la libertad de expresión son evidentes. La interpretación del poder (cualquier poder) puede ser amplia para incluir en la frontera: a la crítica, a la sátira, a la caricatura y en general a aquellos contenidos que sean contrarios a los poderes. Es allí donde aparece la necesidad de garantizar al máximo la libertad de expresión y de opinión. Pero algún límite debe haber…

Además de los delitos de injuria y calumnia, proponemos que la instigación al odio y la violencia de cualquier clase: racial, político, personal, social, físico y ético sean ejemplo de uno de los límites a la libertad de expresión. Las consecuencias de esa instigación son usualmente actos que afectan gravemente la integridad física o moral. Definir y calificar qué significa instigar al odio es papel de los legisladores, de los jueces y de la sociedad misma. Debe haber un consenso sobre los valores, intereses y principios a proteger. Es evidente que estamos refiriéndose a la expresión dañina de los más bajos instintos, al deseo de suprimir al otro con violencia verbal e ideológica. Todo aquello que una sociedad abierta, democrática y libre debe repudiar.

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