Facultad de Derecho

15 de junio de 2017

“En Colombia hay paz, no es perfecta, pero es mucho mayor que hace un tiempo”

Publiación del Semanario Crónicas (Uruguay) y resultado de su entrevista al Profesor Eric Tremolada

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Tomado del Semanario Crónicas (Uruguay) y resultado de su entrevista al Profesor Eric Tremolada

Pasaron 52 años de guerra en Colombia antes de que, el 27 de setiembre de 2016, la ciudad de Cartagena se vistiera de blanco para firmar el acuerdo de paz entre el Estado de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia (FARC). Ese día el mundo estuvo atento al encuentro en el escenario del presidente Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, que firmarían un acuerdo de más de 400 páginas negociado en La Habana, Cuba, durante casi dos años. Menos de una semana después aquel acuerdo llegaría a las urnas para que el pueblo colombiano se expresara. Lo que pasó durante la negociación y cómo siguió Colombia tras el acuerdo alcanzado fue parte de la conversación que CRÓNICAS tuvo con Eric Tremolada Álvarez, catedrático colombiano en Derecho Internacional.

Por Adolfo Umpiérrez | @AdolfoUmpierrez

Nadie esperaba el resultado. Todos contaban con que el “sí” al acuerdo ganaría por amplio margen, sin embargo, con un margen de unos 50 mil votos, el “no” a lo negociado fue lo que se impuso. “Si hubiera ganado el «sí» por el mismo margen sería igual de penoso, porque lo que se buscaba era la mayor legitimación posible”, dijo a CRÓNICAS el doctor en derecho internacional, Eric Tremolada Álvarez, académico de la Universidad Externado de Colombia, que siguió de cerca el proceso en tierras cafeteras.

No era la primera vez que Colombia negociaba la paz, otros gobiernos también se habían sentado a la mesa con las FARC, aunque nunca se hubiera llegado a un acuerdo. De hecho, durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), la negociación llevó tres años y medio y no se pudo, si quiera, acordar la agenda en la que se basarían las conversaciones de paz. Para entonces, las propuestas de las campañas electorales se centraban en qué reacción tendrían los distintos candidatos frente a la guerrilla. Después del fracaso de Pastrana “estaba visto que quien ofreciera una lógica más guerrerista sería el que ganaría las elecciones. Y allí estaba Álvaro Uribe como candidato”, aseguró Tremolada. Efectivamente, tras Pastrana llegó Uribe, quien trajo a Colombia la lógica de “Seguridad democrática”, y la impuso como política de Estado. Uribe logró duplicar la cantidad de efectivos en el ejército apoyado en el Plan Colombia de Estados Unidos, y sacó a las fuerzas armadas a las rutas. “Esto dio a los colombianos cierta sensación de seguridad y los convenció, después de importantes golpes a las FARC dados por el gobierno, que con un periodo más de «seguridad democrática» se podría vencer”, explica Tremolada.

Así fue que llegó Juan Manuel Santos al gobierno, quien había sido ministro de Defensa de Uribe. Pero Santos, tras llevar adelante dos leyes que buscaban resarcir a las víctimas y que ya habían sido rechazadas por la bancada uribista dos años antes, rompió filas con su predecesor y comenzó las negociaciones de paz.

El primero es el mejor

El acuerdo que fue alcanzado en La Habana terminó rechazado por una ciudadanía que, en primer lugar, contó con una abstención del 60%. “Cuando uno mira esas cifras se pregunta ¿dónde está el pueblo colombiano que sufrió la guerra?”, sostiene Tremolada. “El mayor problema radica en que la sociedad colombiana nunca se hizo cargo de la guerra”, agrega. Días más tarde y tras el Nobel de la Paz otorgado por la Academia Sueca a Santos, y que la comunidad internacional celebró como espaldarazo a un acuerdo que estaba en la cuerda floja, se logró un segundo acuerdo que sería ratificado en Bogotá por parte del parlamento.

“Indiscutiblemente el acuerdo originario, el que es fruto de la negociación en La Habana, y que se anuncia con bombos y platillos en Cartagena, es mucho mejor que el que resulta de las negociaciones después del «no» del plebiscito. El primero cumple todos los estándares internacionales desde la perspectiva de las víctimas y al estar en el centro la víctima, para las lógicas de la verdad, la justicia, la reparación, esto hace que a toda víctima se le reestablezca su dignidad sin importarle quién era el victimario”, explica Tremolada. Tras la negativa en las urnas, las modificaciones que se logran para llegar al acuerdo de Bogotá se basan en el tratamiento diferenciado a los militares y a los particulares que podrían haber financiado la guerra.

“No se le da la misma denominación [al trato entre militares y guerrilleros], se trata de ver que las violaciones a los Derechos Humanos por parte de los militares podrían ser justificadas «por detentar legítimamente las armas en pos de la defensa del Estado», pero entonces esto, frente a la víctima, termina como una discriminación. Porque el problema es que aquí estás procesando a los que violan los Derechos Humanos, sin importar de quién se trate”, agregó.

¿Por qué rechazar la paz?

Una vez que Santos rompió con su predecesor Uribe e implantó dos leyes que habían sido rechazadas en el periodo anterior, Uribe se volvió un acérrimo detractor de cualquier acuerdo que pudiera lograr Santos. “En Colombia hay un chiste que es que si bien todos estamos de acuerdo con la paz, lo que algunos quieren es la rendición”, cuenta Tremolada en relación a la postura de Uribe y agrega, “pero esto hubiera sido posible si los hubiéramos vencido, pero eso no pasó”.

La oposición, liderada por Uribe comenzó a hacerse dueña del fenómeno de la «posverdad» que en 2016 terminó como gran vencedora luego de demostrarlo en tres elecciones bastante distintas entre sí (el Brexit, la paz en Colombia, y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca). Es una lógica que “exacerba sentimientos y desconoce hechos”, señala Tremolada. “El partido de Uribe despreciaba verdades”, sostiene Tremolada y detalla: “La primera verdad que todo el mundo despreciaba y que la fiscal Fatou Bensouda, de la corte internacional había expresado era que estábamos frente a un acuerdo histórico en cuanto al cumplimiento de estándares internacionales, que reivindicaba víctimas y que tenía una lógica que respondía a una justicia real. Eso se dijo incluso días antes del referéndum. Sin embargo, se termina votando que no”. “Es más fácil hacer política en Colombia con una lógica guerrerista que con una lógica pacifista”, reconoce el académico.

Las FARC al juego democrático

Uno de los principales argumentos que esbozaba la oposición al acuerdo de Cartagena se basaba en el ingreso de las FARC, o a lo que quedara de ellas, al sistema democrático colombiano con diez bancas (cinco en cada cámara) que le asignaban para el próximo periodo, sin necesidad de conseguir los votos necesarios, al mismo tiempo que le daba margen de votos para acceder a bancas nuevamente en una segunda legislatura. “Esta esa es una práctica en todo proceso de paz. Si no vences al enemigo y el enemigo justificaba «su lucha» como una lucha política, obviamente el objetivo era la participación en política. Nadie negocia un proceso de paz para terminar en la cárcel”, sostiene Tremolada.

“Las FARC realmente no son populares en Colombia, entonces muy seguramente en las primeras elecciones no llegan con los votos necesarios, por eso se les dice que pueden participar de las elecciones, pero se les garantiza cinco senadores y cinco representantes. Esta cantidad es insignificante, hay 102 senadores y 166 diputados. Hay partidos minoritarios que tienen el mismo número, y que pueden hacer mucha escándalo, pero, más allá de esto, no son partidos que tengan influencia para transformar nada”, explica el experto.

Mujica pudo ser protagonista

Uno de los deseos del ex presidente de la República, José Mujica, en los últimos años de su gobierno fue el de acercarse a una negociación de paz en Colombia para colaborar en el desenlace de una guerra que costó 60 mil desaparecidos y 280 mil muertos a la sociedad colombiana. Finalmente, Mujica no fue un protagonista de este proceso. “Es una personalidad

respetada en Colombia, es el líder de izquierda latinoamericano vigente más moderado, sin embargo, eso no tiene eco en determinados sectores de la sociedad colombiana. La derecha y el centro no se pronuncia ni a favor ni en contra, trata de omitirlo para no entrar en la discusión, aunque no se atreve a ligarlo al fenómeno «Maduro». Por su parte el gobierno sí trata de rescatar esto y la izquierda colombiana también. Sin embargo, no tuvo mayor impacto, por lo que representa la izquierda en Colombia que es minoritaria y porque el gobierno está en una popularidad bajísima, entonces el juego de Mujica termina sumando muy poco a este tipo de mediación por la falta de legitimación por parte de ambas partes por igual. Protagonista no ha podido ser, aunque hubiera sido un buen actor”, expresa Tremolada.

La paz llegó

Más allá de que el último acuerdo tuvo idas y vueltas, y que algunos vericuetos legales y constitucionales están a punto de hacerlo caer, Colombia finalmente vive en paz. “Hay paz con uno de los actores, con la FARC, ellos ya no producen más muertos ni secuestros. Quien sigue cometiendo algún tipo de la delincuencia asociada a lo que tenía que ver con las FARC es la disidencia, que es de menos del 3%, que se desmovilizaron. Un país como Colombia que tenía unos 7000 combatientes, con 1,3 armas por guerrillero, hoy hace más de un año y medio se encuentra en un cese bilateral definitivo, con un cese unilateral por parte de la guerrilla que se dio casi dos años antes. Ha disminuido sustancialmente la criminalidad de la guerra vinculadas a las FARC. Después de 50 años se abrieron a aceptar que generaron víctimas, que tenía bienes, todo esto de a poco lo reconoce y lo pone al servicio del proceso. La pregunta es: ¿hay paz? Perfecta no. Pero diez veces más paz o mucho mejor paz frente a lo que vivíamos antes, por supuesto”.

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