Facultad de Derecho

9 de diciembre de 2020

Above the Law

En nuestra pasada columna titulada “Dos realidades”, nos referimos, por un lado, a la ausencia de sentido de la realidad de Donald Trump y sus seguidores a aceptar el indiscutible triunfo de Joe Biden y, por el otro, a los muchos que nos resistimos a pensar que esto sea posible.

Por: Eric Tremolada Álvarez

En nuestra pasada columna titulada “Dos realidades”, nos referimos, por un lado, a la ausencia de sentido de la realidad de Donald Trump y sus seguidores a aceptar el indiscutible triunfo de Joe Biden y, por el otro, a los muchos que nos resistimos a pensar que esto sea posible.

En el mismo escrito, de forma análoga, hicimos lo propio con las dos realidades en Bolivia, una oposición de clases medias urbanas radicalizadas, que no solo se resiste a reconocer que perdieron el poder y que de nuevo lo ejerce el MAS, y los seguidores del electo y ya posesionado Luis Arce, que desconocen la fragmentación del país.

Citábamos a John Gray para enfatizar -con sus palabras- que no se trata de una realidad paralela sino de dos realidades fantasiosas fruto de la polarización que promueven demagogos con soluciones ilusorias.

A tres semanas de las elecciones americanas, aferrándose a su fatua realidad, el problema no es la ausencia del reconocimiento o la imposibilidad de un empalme serio, en palabras de Lluís Bassets, la gravedad de las decisiones de Trump en la actual transición podrían superar las que ya ha tomado en su cuatrienio.

Nos cita varios ejemplos, primero, que no solo se trata de maniobras dilatorias, sino deslegitimar a su sucesor cuestionando hasta el extremo el sistema electoral con el propósito de construir un guion para la oposición republicana que pretende liderar.

Segundo, entorpeciendo desde ya la labor de su sucesor, destituye a Mark Esper, secretario de defensa, y a otros altos cargos del Pentágono, no solo porque no avalaron su utilización del Ejército contra las manifestaciones antirracistas, sino porque así, sin consultar a Biden, pudo estar a muy poco de lanzar un arriesgado ataque contra Irán, ordenar el retiro de tropas de Irak y de Afganistán. En el caso de este último le estaría dando ventaja a los talibanes afganos, a quienes por cierto les hablaba de negociar la paz mientras arreciaba la lucha contra los terroristas.

Tercero, en su ya larga lista de venganzas contra los que lo contradicen, y sumado a su estrategia de deslegitimación del sistema electoral, destituyó también a Christopher Krebs, director de la Agencia de Ciberseguridad que había proclamado las elecciones del 3 de noviembre “como las más seguras de la historia”. Desde el 4 de octubre de 2018, hablábamos de la pérdida de contacto con la realidad de Trump, de ahí que no dudemos -como sostiene Bassets- que quien se siente por encima de la ley, no descartará sus propósitos de “autoabsolución de todos sus pecados”.

En el libro recién publicado Una tierra prometida, Barack Obama recuerda la elegancia con la que el expresidente Bush y su familia oficiaron la que denomina liturgia democrática, donde el perdedor no solo admite su derrota, sino que, al aceptar el triunfo de su rival, le entrega la legitimidad para que prosiga, como en una carrera de relevos, la “unión más perfecta” que prescribe la Constitución.

Con ocasión de esta publicación, en entrevista con el director de El País, Obama reflexiona sobre el momento actual, la pandemia y el cuatrienio saliente, donde concluye que “Trump ha hecho mucho daño en EE.UU. y en el resto del mundo”. No obstante, se quedó corto, su objetivo no solo es sabotear desde ya el mandato de Biden, sino dificultar las posibilidades de enmendar el camino dentro y fuera de la America Great.

Se publicó en La República el jueves, 26 de noviembre de 2020.

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