Facultad de Derecho

8 de febrero de 2022

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En nuestra columna del pasado 9 de diciembre, nos referíamos al largo enfrentamiento de la OTAN y Rusia sobre Ucrania. Decíamos que la OTAN, en 1994, con el programa Asociación para la Paz, fomentó relaciones bilaterales con países asociados que podían elegir hasta qué punto querían participar y afianzar su relación con la Organización Atlántica.

Por: Eric Tremolada

En nuestra columna del pasado 9 de diciembre, nos referíamos al largo enfrentamiento de la OTAN y Rusia sobre Ucrania. Decíamos que la OTAN, en 1994, con el programa Asociación para la Paz, fomentó relaciones bilaterales con países asociados que podían elegir hasta qué punto querían participar y afianzar su relación con la Organización Atlántica. En la Asociación participaron 11 exrepúblicas soviéticas, incluidas Rusia y Ucrania donde esta última, con un plan de acción en 2002, que se intensificó en 2005, terminó por hacer una solicitud formal de membresía en 2008.

Desde ese momento, Rusia, y en particular Putin, entienden como “una amenaza directa” la posible inclusión de Ucrania en la OTAN, e intenta atenuar la disolución de la Unión Soviética, que considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, volviendo atrás 25 años. De ahí, que Moscú, en medio de la crisis, iniciara 2022 exigiendo a la OTAN “garantías de seguridad” en su frontera occidental.

Rusia pretende que la OTAN no despliegue contingentes militares y armamento fuera de las fronteras que tenía en 1997. Quiere, desde un enfoque posicional, retrotraer la situación a mayo de ese año, cuando firmó el acta que rige sus relaciones con la Organización Atlántica, y esta no tenía efectivos y armamentos desplazados en los territorios de los Estados miembros que fue sumando (Polonia, Hungría y la República Checa en 1999, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia en 2004, Albania y Croacia en 2009, Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020).

La propuesta, como una estrategia de reforzar su seguridad, no parece tan descabellada, sin embargo, como dice Pilar Bonet, no es equilibrada, pues Moscú no la aplicaría al territorio que controla, continuando con su dominio en la península de Crimea que se anexó en 2014 y no tiene ninguna intención de dejar de prestar apoyo a los secesionistas del este de Ucrania (Dombás). La Cámara baja del Parlamento ruso (Duma) presentó un llamamiento para reconocer como Estados independientes a las “repúblicas” populares de Lugansk y Donetsk.

La OTAN tampoco es muy equilibrada en sus planteamientos, enfatiza que Ucrania como país soberano tiene el derecho de decidir a qué organización internacional pertenece, incluida la OTAN, pero no ve con buenos ojos que Rusia estreche sus relaciones bilaterales con Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Entre tanto, Biden anuncia que enviará tropas a Europa del este, Putin suma efectivos armados en la frontera con Ucrania y realiza ejercicios militares en Bielorrusia, y la OTAN insiste en que ofrecerá apoyo a Ucrania para que “ejerza su derecho a la autodefensa”.

Por su parte, y con razón, Zelenski intenta calmar el lenguaje bélico que nutre en favor de ambos bandos la guerra de nervios y disuasión, pues empieza a inquietar a la población ucraniana, a resquebrajar su economía y deja latente la posibilidad de que Putin siga blofeando, tanto que se vea tentado a hacer -en la región del Dombás, donde ha dado miles de pasaportes rusos- un reconocimiento parecido al que otorgó a Osetia del Sur y Abjasia en 2008.

La larga partida sobre Ucrania continuará, y aunque la OTAN y Rusia nieguen intenciones bélicas y apuesten -mediante la diplomacia- por una desescalada, un diálogo con estrategias disuasorias de lado y lado es una combinación no siempre segura.

Se publicó en La República el 3 de febrero de 2022.

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