Facultad de Derecho

19 de mayo de 2021

Inmoral y peligroso

En la columna sobre liderazgos sobredimensionados (03/09/20), hacíamos referencia a que los políticos -sin ideas- y sectores interesados sucumben a la tentación de instrumentalizar a los populistas para lograr sus propios objetivos. Principalmente nos referíamos a EE.UU., que utilizó un líder “inmoral y peligroso” como Trump, en beneficio del partido republicano y sus intereses en los sectores de defensa, petróleo, gas y bancario.

Por: Eric Tremolada

En la columna sobre liderazgos sobredimensionados (03/09/20), hacíamos referencia a que los políticos -sin ideas- y sectores interesados sucumben a la tentación de instrumentalizar a los populistas para lograr sus propios objetivos. Principalmente nos referíamos a EE.UU., que utilizó un líder “inmoral y peligroso” como Trump, en beneficio del partido republicano y sus intereses en los sectores de defensa, petróleo, gas y bancario.

Es decir, el establishment, entendido como un conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad procura mantener y controlar el orden establecido, instrumentalizando un liderazgo que se funda en la sanción moral para despolitizar el conflicto social. Todos traicionan al “pueblo” que el populista encarna, única fuente legítima de autoridad moral y política.

El peligro es inminente. Los medios de comunicación toman nota de que si no se comulga con los intereses del encarnado, se traicionarán las aspiraciones del “pueblo”, y se censura sin contemplaciones: los políticos, sus partidos o sus movimientos -a excepción de los que lidera el populista- son corruptos, los funcionarios públicos son señalados de politiqueros o tecnócratas que desconocen la realidad, y los más favorecidos, tildados de arrogantes. Los académicos e intelectuales abstractos y engreídos, y los científicos ¿quién los necesita?

Hoy, utilizar populistas de cualquier tendencia ideológica, no escandaliza a muchos, siempre que sea instrumental al “orden” establecido por la respectiva élite que lo aúpa. En el Perú, luego que la primera vuelta electoral de las elecciones presidenciales favoreciera a los candidatos con el mayor índice de rechazo, se preguntan -como lo hiciera Zavalita- el protagonista de Conversaciones en la catedral ¿cuándo se jodió el país? Tal vez lo que hay que preguntar no es por un momento, sino por varios, como lo sugiere Hugo Neira, si el Perú se jode repetidas veces ¿quién tiene la culpa? Señalar uno o varios momentos dependerá del intérprete, bien puede ser cuando el propio Vargas Llosa -autor de la citada novela- quiso ser Presidente y lo derrotó un desconocido.

En ese entonces como ahora, parafraseando a Neira, uno de los dramas no atendidos -en medio de crecimientos históricos del PIB- es la informalidad que condena a 75% de la población a un trabajo precario, sin salud y con la peor educación. Sin embargo, por un lado, el debate político desde 2016 no supera las descalificaciones generalizantes que se impusieron años antes en Colombia: de izquierda a derecha se es castro-chavista, blandengue o entreguista neoliberal.

El país más preocupado por la corrupción, suma un presidente condenado, cinco acusados, tres destituidos y una incapacidad absoluta para responder a la pandemia que, por supuesto, afecta más al país olvidado. La teoría del “voto útil” sigue presente, entre dos cuestionados, una conservadora defensora del libre mercado y un estatista ultra izquierdista. Ambos -en orillas extremas- curiosamente “encarnan al pueblo” rechazando el aborto, el matrimonio homosexual, la igualdad de género y prometen indultos.

Entre tanto, las campañas, el establishment y el Nobel de la “jodida” frase, agitan los miedos del pasado, evocando, por un lado, el terrorismo y, por el otro, la guerra sucia, como si atajando contrincantes el Perú corrigiera el rumbo.

Se publicó en La República el jueves, 29 de abril de 2021.

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